Youtubers, influencers, streamers… y el mundo se va a la mierda

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No sé muy bien a qué luminarias se les ocurrió denominar a esta burda y demencial época «la era del conocimiento». Quizá debieron pensar que ahora somos más listos que nunca o que hoy, con toda la tecnología al alcance de tantas personas, nos sería más fácil acceder de una forma más sencilla y rápida a todo el acervo acumulado del conocimiento a lo largo de la Historia. Pero quienes acuñaron ese tan impreciso término deberían saber poco de la condición humana y su inherente tendencia a emponzoñarlo todo. Internet es, efectivamente, la mejor herramienta jamás puesta al alcance de la humanidad, es poner a disposición de casi cualquiera todo aquello que desee conocer, saber o investigar. Y así es en muchos casos, la red es un medio muy eficaz de difusión de cultura, conocimiento y pensamiento, pero, igual que su potencial en este sentido es infinito, también lo es para lo malo, para poner en circulación todo lo dañino, tóxico o malvado que de otra forma estaría contenido, localizado o aislado sin posibilidad de difusión o expansión. El primordial problema de la Red –y que sorprendentemente pasa desapercibido– es que le ha servido a las élites que dirigen este manicomio global para conseguir de una forma más rápida y eficaz lo que antes tenían que trabajarse concienzudamente, urdiendo complejas tramas informativas, contextuales e históricas que los medios de comunicación e historiadores a su servicio –o sea, casi todos– tenían que poner en circulación para crear opinión y cincelar una realidad irreal (y así la Historia que conocemos, la que nos han contado, se erige sobre falacias, infundios y tergiversaciones siempre al servicio de las manipulaciones favorables a un criminal Sistema global construido sobre la desigualdad más absoluta, o lo que es lo mismo, el Capitalismo). Hoy en día no hace falta ni una mínima elaboración de la mentira, todo se cree, todo se da por cierto, nadie o casi nadie duda de lo visto o escuchado en las redes, el bulo, la mentira, el engaño, son tomados como verdaderos porque circulan como noticias o hechos reales, y así, con un insignificante empujón, con una minúscula chispa, la manipulación se pone en marcha y la mentira prende como verdad. Actualmente vemos cómo gobiernos legítimos de países ricos en recursos o con interés geoestratégico son convertidos para la opinión pública en sanguinarios dictadores con la mayor de las facilidades o cómo un genocidio brutal como el de Yemen por parte de ese amigo de Occidente que Arabia Saudí se convierte en «una guerra civil» más (en este caso la dictadura es buena, es amiga porque existen intereses comunes y ambas partes son beneficiarias, al contrario que otras díscolas que «deben ser suprimidas por el bien del pueblo». La hipocresía en su más pura esencia). Todo es mucho más fácil cuando has estrechado la mente y las miras de una sociedad cerril, perezosa e incapaz se pensar por sí misma.

Y toda esta idiotización colectiva, esta carencia de pensamiento propio y espíritu crítico, que cada vez es más acuciante y profusa, se ve propiciada por las nuevas figuras mediáticas idolatradas por millones de jóvenes y no tan jóvenes, estrellas de las redes que no por casualidad se les hace llamar influencers, así, sin disimulo ninguno. Ya sólo el término es un insulto a la inteligencia, se da por hecho que van a influir en la forma de pensar y en la toma de decisiones de los incautos seguidores o receptores. Puede parecer algo superfluo porque muchos de estos personajillos se dedican a publicitar productos y poner su careto (o su cuerpo) al servicio de la mercancía, pero hay un gran número que en su condición de estrella digital determinan la forma de pensar de sus seguidores. Es el caso de los denominados youtubers, instagramers o tuitstars, aunque es justo decir que en You Tube, aparte de la ingente cantidad de basura y detritus diciendo chorradas o haciendo el gilipollas, hay gente muy buena capaz de ofrecer un material admirable y muy interesante, pero precisamente por eso mismo nunca van a estar entre los predilectos del grueso de usuarios, siempre tendentes a buscar a lo más infame, idiota y repugnante que exista. Hay personajes en You Tube (y en Twitter y en otras plataformas) realmente interesantes y admirables que llegamos a conocer gracias a estas redes, pero ni mucho menos llegan a la cantidad de gente que mueven las estrellitas, esas que se dedican a hacer el imbécil delante de una cámara o a crear tendencias absurdas.

Ni la política es ajena a esto, partidos como Podemos (o lo que queda de ellos) han basado la mayor parte de su éxito en promover su falsario y voluble discurso en redes sociales a través de cuentas muy populares, maquillándolas de independientes y sin afiliación a partido alguno. Son otros que, en una red preñada de borreguismo y vacío mental, tienen enorme éxito, e incluso es raro el día en el que algún hashtag (o como se escriba) inventado por ellos no se convierta en «tendencia». Y hablando de impostores, el fascismo de VOX también ha encontrado en las redes una poderosa herramienta para propagar su mensaje de odio con grandes réditos. Todo esto atiende a la extrema facilidad con la que la gente se deja seducir con discursos basados en lo que se quiere oír, pese a que éstos siempre resulten carentes de verdad. Internet se ha convertido en la perfecta arma de manipulación y dominación masiva, para alegría de toda esta gentuza.

La red, a través de youtubers, influencers, tuitstars y demás engendros, se ha erigido como la arquitecta de los nuevos tiempos, en la escultora de las nuevas sociedades de las que ya ha nacido un nuevo ser humano, más vulgar, más manipulable y más ajeno a la realidad que nunca. Jóvenes idiotizados hasta la médula enganchados a videojuegos mediocres (léase Fornite), o seguidores catatónicos de youtubers mononeuronales; no tan jóvenes con el cerebro lavado por tuiteros al servicio de partidos políticos o que se tragan cualquier bulo y rápidamente lo difunden en su Facebook o Whatssap. No importa el calibre de la mentira, siempre que sea difundida como verdad permea, se inserta en el pensamiento común como verdadera. Todo ello es el resultado de una infalible labor de vaciado mental, de una claudicación del ser humano como ser pensante, del abandono del espíritu crítico como dique de contención ante la manipulación. Con una civilización en estado de dormancia, entregada a pueriles héroes digitales, manipulada por las grandes mentiras mediáticas, incapacitada para decidir y actuar, el abismo que se abre ante nosotros se presenta imparable. Y es muy profundo.

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